viernes, 28 de enero de 2011

¿QUIERE BLANCA ROSA ROCA QUE ME MUERA?

Después de pagarme solo el 3% mis derechos durante seis años y apropiarse del 70% de mi dinero (unos 120.000 euros), Blanca Rosa Roca Asencio (que ya ha reconocido implícitamente su deuda), no ha rectificado todavía desde que me di cuenta de su defraudación hace dos años y reclamé.
Sabe que mi situación es extrema, que no tengo dinero para comer adecuadamente y que no puedo permitirme gastar ni un euro al día. Debiéndome muchos miles de euros, desea que me muera (y se lo ha dicho a un periodista), como si con mi muerte pudiera dejar de pagar lo que debe. MIS HEREDEROS NO LA DEJARAN TANQUILA, según mando en mi testamento.
Un personaje parecido es la protagonista de mi novela “La espesura”, novela que incluye la narración fabulada del drama real de un cantante internacional muy famoso.
En conjunto, La espesura es un elato que usa el escenario y varios personajes de mi novela "Cal viva" (que fue finalista de los premios Café Gijón y Ateneo de Sevilla). Se produce una estafa bancaria en Benaljazmín; dado lo bien que resultaron sus pesquisas sobre las muertes de Cal Viva, Antero Noble es enviado de nuevo por el director del periódico a investigar a la estafadora, Lolita Clavel.
LA ESPESURA. Episodios primeros
Antes de que el escándalo de Lolita Clavel removiera hasta las losas del cementerio, Benaljazmín había sufrido ya un estremecimiento que alteró durante años la apacible biografía del pueblo.
La muerte en misteriosas circunstancias de la Pleita y el Verraco, dos de los vecinos más destacados, había seguido a una cadena de inundaciones que pareció a punto de arrasar no sólo las haciendas, sino la existencia misma de la población, al llevarse junto al limo, la tierra fértil y los cultivos todos los afanes empeñados en una cooperativa agraria en la que participaba la mayoría de los benaljazmineños y en la que habían invertido la totalidad de sus fortunas. La ola loca arrancó de cuajo los frutales recién plantados, desnudó las rocas, segó la vida de varios vecinos y vieron con desolación que el porvenir de sus hijos se les escapaba río abajo, hacia el mar de Alborán. Desesperados, llegaron al convencimiento de que eran víctimas de un sortilegio invocado por las artes mágicas de la anciana a quien apodaban "la Pleita", aojamiento por el que se veían sometidos a las peores calamidades.*
Les parecía tan cierta la maldición, que en los primeros momentos reaccionaron ante la conmoción causada por Lolita Clavel con el fatalismo de quienes se creen condenados al infortunio sin remedio. Pero los hechos demostraron que el ánimo de los benaljazmineños tenía muchas revueltas.
El periodista Antero Noble fue llamado una mañana al despacho del director del periódico, Joaquín Martín, que le preguntó:
-¿Te gustaría volver a investigar un caso en Benaljazmín?
Antero guardaba sentimientos contradictorios de aquel reportaje realizado cinco años atrás, cuando, recién diplomado en la universidad, afrontó la investigación sobre el Verraco y la Pleita con la inseguridad propia de un principiante, pues se involucró en los sucesos con un apasionamiento que la experiencia había ido demostrándole que no convenía al trabajo de un buen periodista.
-¿Otro muerto?
-No. Esto es mucho más noticiable, salvando las distancias. Todo Benaljazmín puede verse en la miseria por los tejemanejes de una señora, de la que resulta difícil asimilar que haya hecho lo que todos dicen que ha hecho. Se llama Lolita Clavel y tiene la cara dura de seguir viviendo en el pueblo a pesar de los pesares, lo que no deja de tener su puntillo de enigmático. Cualquiera en sus circunstancias hubiera puesto tierra de por medio y habría desaparecido, pero ella sigue en la casa donde ha vivido desde que nació, sin alarmarse ni acomplejarse por lo que la insultan por las calles.
-¿Así están las cosas?
-¡Digo! Según me han contado, no sólo le gritan barbaridades al pasar, sino que hay quien llega a tirar baldes de mierda a su paso.
-Pues tiene que ser una andoba con mucho aguante.
-Parece que las mujeres de esa comarca los tienen bien puestos -Martín acompañó el comentario de un gesto con el puño cerrado.
-Tal como era la Pleita de firme y contumaz, sí da la impresión de que lo encrespado del paisaje da carácter a la gente que vive en la zona.
-Ve a ver lo que averiguas -ordenó el director-. Puedes quedarte allí hasta tres días.
-¡Tres días! ¿Tan gordo es el follón?
-Serás tú el que lo determine. Si no están exagerando los damnificados, podríamos encontrarnos ante una noticia de primera plana en la prensa de todo el país.
Cinco años antes, Antero condujo por la Hoya del Guadalhorce un renqueante coche que no paraba de quemar aceite y, tras rodear una colina, fue a toparse con una población que presentaba visos fantasmagóricos todavía a los dos años de padecer catorce riadas en un mes, que habían depositado rastros de lodo por doquier y llevado la tragedia a casi todos los hogares.
Ahora, iba a Benaljazmín en un coche flamante que se encontraba todavía en garantía y lo que vio al pasar la colina era un pueblo pequeño, resplandeciente de cal viva, encaramado en la falda de un monte como si fuese el decorado para la más sugestiva tarjeta postal sureña, una postal cuyo centro ocupaba el campanario de la iglesia destacando sobre la cuadrícula de casitas blancas, que escalaban la cumbre coronada por el penacho de pinsapos, quejigos y acebuches del Coto de la Marquesa. Tanta belleza era, sin duda, resultado de un afán muy tenaz, y revelaba que los benaljazmineños habían sido capaces de conjurar la desgracia y afrontar de nuevo la vida con optimismo.
Condujo los últimos centenares de metros entre arbolitos jóvenes de acacias y jacarandas, obviamente plantados mucho después de las riadas, los cuales proporcionaban amenidad al tramo de carretera recién asfaltada que comunicaba Benaljazmín con la nueva autovía. A esa hora, próximo el mediodía, el sol no abrasaba aún y la brisa movía suavemente los sembrados que orillaban el camino, contribuyendo a crear un ambiente de placidez despreocupada. La fuente de la plaza de Abajo, desmoronada por la ola, había sido reconstruida y cantaban seis chorros rizados de agua entre macetas de geranios. Alrededor, los vehículos estacionados presentaban buen estado y los lugareños, en lugar del desaliento hermético de entonces, no se mostraban abatidos ni huraños a pesar de lo que acababa de ocurrirles. Antero sonrió; los benaljazmineños habían encontrado aliento para restablecerse de la pesadilla de la inundación y sus consecuencias.
Ciriaco el Fraile lo abrazó antes de exclamar:
-¡Antero!, no sabes las veces que he intentado verte en el periódico. Casi siempre que voy a Málaga pregunto por ti.
-¿De veras? Joder, pues nunca me han dado el recado.
-No, si no te dejo recados. Como siempre me decían que andabas por ahí, haciendo reportajes, no quería incomodarte...
El periodista examinó la cara del que había sido el amigo más fiel del Verraco, el hombre que, ofreciéndole su casa y su mesa, le había hecho sentir como si fueran camaradas de toda la vida. Ciriaco parecía ahora más joven que cinco años atrás; claro que, la última vez que hablara con él, estaba detenido en comisaría acusado de los asesinatos del Verraco y la Pleita. Sabía que la cooperativa de Benaljazmín había resurgido de sus cenizas gracias, sobre todo, al afán de Ciriaco el Fraile, cuyos motivos creía conocer: Su esfuerzo había constituido un homenaje al añorado amigo muerto. En el decurso de su investigación periodística de las muertes, sin proponérselo había llenado con su presencia una parte del vacío que Ciriaco sentía por la pérdida del Verraco. Que hubiese intentado visitarlo tantas veces, era un síntoma de esa sustitución del amigo del alma por el periodista que se había interesado tan a fondo por su vida.
-Es verdad -confirmó Antero-, paro muy poco en la redacción. Pero tendrías que haber dejado una nota, hombre; podíamos haber tomado una copa y charlar. Siempre me acuerdo de vosotros y he tratado de estar informado sobre la marcha de la cooperativa. Sé que conseguisteis superar el bache.

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