lunes, 17 de enero de 2011

La razón del poder y el poder de la razón

Ayer meditaba sobre la adoración y veneración al poder simplemente porque es poder, un vicio que se da en España más que en los otros países que he visitado..
Es posible que todavía no nos hayamos sacudido el peso de la educación dictatorial. Ante determinadas situaciones, son muchos los que cierran los ojos y se comportan como si temieran que pueda abrirse la puerta y entrar un batallón de grises a llevárselos a una mazmorra. “No te metas en eso” “No sabes dónde te metes” “No te metas con ése” “¿Qué podrías hacer tú?” “No te conviene airear esa injusticia”… son frases “cuerdas y sensatas” que oímos constantemente. Frases que la gente corriente esgrime como carbones encendidos contra cualquier acechanza que sus pequeños intereses pudieran padecer.
¿Nos ha penetrado la libertad hasta lo más profundo de la conciencia? ¿Sabemos ser verdaderamente libres? Creo que no. Creo se nos han indigestado muchas de las nociones que sustentan la libertad y la democracia. Me parece que si alguien no se exalta ante injusticias manifiestas, se calla y deja pasar, no es solidario ni es consciente de ser, a pesar de que pregonemos con insufrible autobombo que somos solidarios porque ayudamos a gente lejana cuyo rostro no conocemos. La realidad es que por miedo insolidario hasta con nosotros mismos, concedemos al poderoso el derecho supremo de equivocarse tanto cuanto le dé la gana.
¿Posee grandeza esa gente temerosa y conformista? Decían los socráticos que los sabios tienen sobre los ignorantes las mismas ventajas que los vivos sobre los muertos. ¿Estaremos un poco muertos y por eso no abominamos de las mentiras ni del cinismo? ¿No estaremos a punto de descomponernos y por eso tememos levantar la mano –aunque sólo sea para preguntar-, no se nos vaya a caer al suelo?

La idolatría del poder
Como Antonio Machado, podría decir que “he andado muchos caminos, he abierto muchas veredas; he navegado en cien mares y atracado en cien riberas”. El emigrante no es en realidad un viajero; normalmente, es alguien que se ve obligado a destruir sus raíces, por lo que el viaje es sólo el conducto para alcanzar el nuevo territorio.
Mas ay de quien repita el proceso al emigrar varias veces, llegando a perder de vista hasta la idea de echar raíces en alguna parte. El emigrante que se convierte en nómada es también un nómada de sí mismo, un inadaptado sin convencionalismos, y si a todos les pasa lo mismo que a mí,a fuerza de suspirar por la patria los recuerdos se idealizan y llega a olvidarse uno de que hasta a la madre más abnegada puede olerle el aliento.
Y resulta que la tradición y la historia de España nos inspiran un sistema de valores que en varios aspectos es estrepitosamente erróneo. No he visto en ninguna parte que se reverencie el poder hasta el punto que aquí se hace; para la gente “adaptada”, esa clase media esnob y alérgica a la cultura, el poder es la verdad y la vida. La deidad suprema. Supongamos que usted trabaja en una corporación semi oficial donde le someten a un acoso –mobing- sistemático y drástico. Es muy posible que si usted decidiera rebelarse, sus propios allegados le dijeran “¿Cómo vas a enfrentarte a ellos? Siempre tendrán la de ganar”. Si la empresa que le contrata evidencia que está apropiándose de su dinero y robándole sus derechos, sus supuestos amigos le dirán: “No te conviene enfrentarte a ellos ni airear esas cosas”.
Por esta manera de proceder, por el clima social que obliga a guardarse las uñas, el lector se asombraría ante la inmensa cantidad de creadores y artistas estafados por sus empleadores que hay en España.
Pero es el que puede, puede. Los pobres que no tenemos poder,somos unos minguis sin derechos.

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